Si pasas por mi casa, deberás perdonar el desorden que sólo tú provocas. Todos los besos acumulados en mi cama, uno encima de otro; las caricias que tengo que poner en la lavadora; algún que otro susurro que se mueve por el suelo cual pelusa inoportuna, y una cantidad nada escasa de sexo guardado en los cajones de la ropa, como polillas que se incrustan en la tela de mis prendas.
Y es que aunque muchos las consideran una plaga, las humildes polillas pueden resultar hermosas y fascinantes.